SUITE ESPAÑOLA / 7
>> dimarts, 18 de gener del 2011
El ascensor no respondió rápido, como él hubiera deseado. Y además, ese tropiezo desagradable en la puerta, con la mujer de la limpieza. Todo parecia ir en su contra ese dia. Y el teléfono, sin cobertura. Esa interrupción le permitió, sin embargo, una vez sentado en el pequeño asiento del elevador, fijarse en los detalles de ese edificio modernista al cual entraba casi a diario. El artefacto, con tanta edad como la casa, subía lentamente, quizás más que otros dias. Suavemente. Durante el trayecto vió a través de los cristales protegidos por forjados con formas humanas, los estucados venecianos de la escalera, las cornisas y molduras de escayola imitando la belleza de la Grecia clásica, los bellos dibujos del techo, las manecillas de las puertas, doradas y gastadas por el tiempo. Y luego, en el interior, la calidez de la madera sabia, la botonera a partir del principal y hasta el sobreático... Durante un momento se vió a si mismo con bombin y mostacho. Un instante nada más porqué el teléfono volvió a tener cobertura a partir del tercero y un tono machacón lo devolvió a la realidad.
- Te he dicho que la he perdido y que no sé donde está, como quieres que te lo diga, ¿en chino?
El hombre del abrigo grande no sabía como enfrentarse a su destino.
Ático. Puerta. Timbre.
- Pasa.
- No entiendo ... La llevaba y en un momento ...
- No te preocupes. Siéntate. ¿Quieres un poco de agua? Tranquilízate. Buscaremos una solución.
Un despacho diáfano, pintado de un blanco inmaculado. Encendido aún más por la luz del exterior que inundaba el espacio. Pocos pero buenos muebles. Escogidos. Piezas compradas por el nombre de su diseñador. Elementos con nombre y apellidos. Con precios de 3 ceros mínimo. Una buena distribución. Y una gran terraza que dominaba la Diagonal, esa larga hilera de árboles y coches y autobuses y tiendas . Podia ser perfectamente el escenario de una película, pero no sé muy bien de que director. Seguramente alguno norteamericano. ¿Una comedia romántica, empalagosa?
El hombre zancudo no conjuntaba con todo aquel atrezzo: ni con las fotografias de obras de Van der Rohe y Lloyd Wright, ni con las máscaras rituales africanas de los Ashanti de Ghana ni con Daniel. Sus manos temblorosas ayudaron al hombre de alambre a quitarse su abrigo desmesurado, casi grotesco. Recorrieron su frente, secaron las gotas de sudor que fueron precipitándose hasta el suelo de mosaico de figuras geométricas, formando diminutos mares sin fauna en peligro de extinción. Daniel tomó la barbilla del hombre de la carpeta gris desaparecida con esas manos inseguras. Atrajo suavemente su cabeza y le besó. Fue un gesto tranquilizador, terapèutico, necesario.
Y en ese momento, el tiempo jugó otra vez a quedar suspendido. Hasta que sonó el teléfono.
Un contestador anacrónico y polvoriento, fuera de lugar, se dejó oir en ese ambiente aséptico, casi de museo de arte moderno.
- ¿Daniel? ¿Estás en casa? Tengo que hablar contigo. ¿Puedes coger el teléfono, por favor?
Era una vez femenina, castigada por el tabaco y los años. Sonaba agitada pero no desesperada. Daniel no cogió el teléfono.
El hombre de la carpeta gris suspiró aliviado y su mirada devolvió gratitud. Por un momento la nariz pareció ser de un tamaño normal y la piernas perdieron su eterna rigidez de alambre.
Daniel siguió acariciándole, transmitiéndole esa paz que buscaríamos si estuviéramos al borde de un abismo, perseguidos por miles de aves zancudas de documental de la 2.
- Te he dicho que la he perdido y que no sé donde está, como quieres que te lo diga, ¿en chino?
El hombre del abrigo grande no sabía como enfrentarse a su destino.
Ático. Puerta. Timbre.
- Pasa.
- No entiendo ... La llevaba y en un momento ...
- No te preocupes. Siéntate. ¿Quieres un poco de agua? Tranquilízate. Buscaremos una solución.
Un despacho diáfano, pintado de un blanco inmaculado. Encendido aún más por la luz del exterior que inundaba el espacio. Pocos pero buenos muebles. Escogidos. Piezas compradas por el nombre de su diseñador. Elementos con nombre y apellidos. Con precios de 3 ceros mínimo. Una buena distribución. Y una gran terraza que dominaba la Diagonal, esa larga hilera de árboles y coches y autobuses y tiendas . Podia ser perfectamente el escenario de una película, pero no sé muy bien de que director. Seguramente alguno norteamericano. ¿Una comedia romántica, empalagosa?
El hombre zancudo no conjuntaba con todo aquel atrezzo: ni con las fotografias de obras de Van der Rohe y Lloyd Wright, ni con las máscaras rituales africanas de los Ashanti de Ghana ni con Daniel. Sus manos temblorosas ayudaron al hombre de alambre a quitarse su abrigo desmesurado, casi grotesco. Recorrieron su frente, secaron las gotas de sudor que fueron precipitándose hasta el suelo de mosaico de figuras geométricas, formando diminutos mares sin fauna en peligro de extinción. Daniel tomó la barbilla del hombre de la carpeta gris desaparecida con esas manos inseguras. Atrajo suavemente su cabeza y le besó. Fue un gesto tranquilizador, terapèutico, necesario.
Y en ese momento, el tiempo jugó otra vez a quedar suspendido. Hasta que sonó el teléfono.
Un contestador anacrónico y polvoriento, fuera de lugar, se dejó oir en ese ambiente aséptico, casi de museo de arte moderno.
- ¿Daniel? ¿Estás en casa? Tengo que hablar contigo. ¿Puedes coger el teléfono, por favor?
Era una vez femenina, castigada por el tabaco y los años. Sonaba agitada pero no desesperada. Daniel no cogió el teléfono.
El hombre de la carpeta gris suspiró aliviado y su mirada devolvió gratitud. Por un momento la nariz pareció ser de un tamaño normal y la piernas perdieron su eterna rigidez de alambre.
Daniel siguió acariciándole, transmitiéndole esa paz que buscaríamos si estuviéramos al borde de un abismo, perseguidos por miles de aves zancudas de documental de la 2.
4 comentarios:
M'agrada molt aquesta Suite. Té una bona trama, dinamisme, intriga... I què bé dibuixes els personatges. Ara, això de dos homes fent-se un petó... M'he hagut de senyar tres vegades seguides.
Paseaaaantee, però tu ets d'aquests? I a més no has entès res, no era un petó "d'aquells" de senyar-se, era un petó fratern . Aix!
M'és igual que sigui fratern. Els homes no es fan petons :-)
Potser aviat, tal com van les coses en aquest país, tornarà a ser veritat que els homes no se'n poder fer. Com diria aquell, sembla que se "atormenta una vecina" que jo, ja estic rescatant la mantellina i el missal. Ptons.
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