Yes, I love you
>> dimecres, 8 de setembre del 2010
Una discreta penumbra invadia mi habitación. A lo lejos, el nada discreto pitido del Ave rasgaba el atardecer que amenazaba dulcemente los pinos. Salvo el rugido de vehículos de la autopista, todo era suave y el tiempo parecia que se hubiera parado por un segundo, una vida. Por un momento algo parecido a la felicidad inundaba mi alma, aunque no sabria como definirlo: ¿Quizás un instante calcado, vivido en mi infancia, cuando nada parecia presagiar lo duro que iba a ser todo?
Recuerdo esos domingos con vermut en el Club. Me encantaba el domingo, cuando mi madre preparaba la ropa limpia y las sandalias color plata y ese vestido con figuras geométricas de tonos anaranjados, breve como una exhalación. El dia empezaba con un barreño de zinc en la galeria lleno de agua tibia y un frasquito de Moussel, un producto Legrain, Paris... Mi madre me frotaba y me dejaba el cuerpo fresco y suave, perfumado. Lo recuerdo levemente, supongo que porqué tampoco hubo demasiadas ocasiones. Tampoco recuerdo ningún desayuno de domingo, ni suizos, ni croisants. Conforme iba pasando la mañana y la promesa del paseo y el vermut dominical iban tomando cuerpo, mi excitación aumentaba en progresión geométrica. El Club estaba justo delante de casa. Solia pasarme horas en el balconcito de mi habitación mirando como entraban y salían las parejas que iban a las matinales, conciertos donde diferentes "conjuntos" tocaban en directo música ye-ye. Me encantaba ese trajín y no veia la hora en que, finalmente, yo también podría estar ahí. Aunque el Club estaba justo delante de casa, habia que realizar un rito antes de formar parte de ese mundo de mayores que me parecía infinitamente más divertido que el mío, pequeño y tan limitado que se reducia al pupitre de madera que tenia aparcado en el comedor y a las libretas de tapa verde donde hacía mis ejercicios de caligrafía. La música que llegaba a mis oídos desde el momento en que empezaban los ensayos, hacia segregar no sé que tipo de hormona que me ponía a mil. El rito no era otro que ir de paseo por los lugares emblemáticos de la ciudad, por los que los jovenes tenian que pasear sí o sí, si lo que querian era pasear el palmito y dejar ver sus encantos.
El Club tenia dos entradas. Paseábamos y paseábamos hasta que no quedaba ni un adoquín por pisar . Entonces entrábamos - por la puerta principal- mi madre, sus amigas y yo. Los camareros nos conocían - eramos vecinos - y nada más vernos ya preparaban unos vermuts para los mayores: unos calamares a la romana - como nunca los he vuelto a comer - unas olivas rellenas y una Mirinda para la nena, o sea, yo. A la música se llegaba a través de una barra americana larga, o por lo menos yo la recuerdo muy larga, con unos taburetes muy altos , o por lo menos yo los recuerdo muy altos, con el culo tapizado de aquella piel -más bien plástico - que se llamaba ski o sky , no recuerdo muy bien. Después del último taburete, empezaba la zona de semipenumbra, la antesala del mundo maravilloso que anhelaba ver, oir, palpar, sentir : la bola con los espejitos centelleantes, los jovenes bailando como si tuvieran el mal de San Vito y sobre todo la pequeña tarima que hacia las veces de escenario para los músicos. Dios, como me gustaba todo aquello: los trajes conjuntados, el pelo a lo beatle -larguísimo para la época - el sonido metálico, torturado, desgarrado de las guitarras y el tronar de la bateria - Sonor - rebotando por todas las paredes sin aislamiento acústico. Siempre pensaba que mis oídos reventarian algún dia con aquel infierno, pero me gustaba, me gustaba y me gustaba. No había nada que me gustara más que aquellas matinales del Club. O quizás sí. Las fiestas en garajes donde una única luz roja iluminaba a las parejas pegadas como con Imedio, al son del Night in white satin.
6 comentarios:
Bells records vells, on les penombres donaven permis per palpar i explorar.
M'ha fet venir molts records...i bons.
mmmmm Mirindaaaaa, saps que encara es pot beure en algunes parts del món? ;)
Un relat evocador :)
Mientras te iba leyendo, me acordaba de mis mañanas de domingo en la Societat L'Amistat de mi pueblo. Y me han venido a la memoria los mejores calamares a la romana de mi vida. Y al cabo de un minuto, veo que tú también los comías :-) Y las Mirindas (con mi hermana recogíamos las chapas del suelo para jugar). Y en el patio había sardanas.
Por cierto, mi madre también nos bañana en un barreño con Moussel.
Paseante, hermano de moussel, barreño y vermut dominical: ¿Nos habremos conocido de pequeños?
No ho crec, jo sóc de les terres de ponent.
Bé, jo vivia aprop...
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